Hay sitios que te enamoran solo con verlos. Hay lugares que pasan a ser de tu vida con solo una visita. Hay momentos que quedan marcados para siempre en tu corazón. Y algo así, aunque me ponga un poco poético, es lo que pasa cuando visitas la zona de Ribera del Duero. Seguro que el nombre te suena por sus famosos vinos, haces bien, pero esta zona de la provincia vallisoletana es mucho más.
La verdad es que mi pareja y yo somos de esas personas que viajamos bastante, pero nos gusta hacerlo por España. No es que digamos que no al extranjero, pero es cierto que nos defendemos mejor en nuestro idioma y con nuestra gente. Porque si algo me gusta hacer en los viajes es conocer a mi gente. Y gracias a un fin de semana que pasamos en la Ribera del Duero, pues oye, que pudimos conocer a muchas personas interesantes y desconectar de la maldita tiranía del reloj de lunes a viernes.
Mi pareja y yo llevábamos ya semanas planeando una escapada a la Ribera del Duero. Teníamos ganas de ir para descubrir sus famosos viñedos, su gastronomía y su historia. Y es que en muchas ocasiones hemos bebido sus afamados vinos, pero no teníamos ni idea de dónde podían salir.
Así, partimos de Madrid un sábado temprano, con el objetivo de llegar a Peñafiel a media mañana y aprovechar al máximo el día. Era un fin de semana de febrero, y la verdad es que la zona estaba helada. Porque además de buena zona, hay buen frío.
Sábado en Peñafiel
La primera parada fue en la mítica villa de Peñafiel, un pueblo muy conocido y donde silueta de su Castillo es lo primero que te recibe. Pues nada, para empezar la escapada con ganas decidimos comenzar una ruta subiendo hasta este impresionante castillo del siglo X. Y la verdad es que merece la pena porque tiene unas vistas tremendas de la zona. Además dentro tiene el Museo Provincial del Vino.
Tras recorrer sus salas y aprender sobre la tradición vinícola de la zona, era el momento de bajar al casco antiguo para dar un paseo por la Plaza del Coso. Me habían hablado muy bien de ella, pero la verdad es que la realidad lo superó porque está rodeada de casas de madera con balcones que en otras épocas servían para ver las corridas de toros. La verdad es que merece la pena visitarla, incluso me gustaría ver uno de sus famosos encierros durante las fiestas que son en agosto. Pero eso ya será para otra ocasión.
Era la hora de comer, así que reservamos en un restaurante típico para degustar el famoso lechazo asado al horno de leña, acompañado de un buen vino de la Ribera. Como no. La verdad es que cualquier restaurante es bueno en este pueblo, por lo tanto no me atrevo a recomendar uno.
Después de este festín culinario, la verdad es que casi salimos rodando, visitamos una de las bodegas subterráneas más antiguas de la zona, donde pudimos catar diferentes variedades de vino tempranillo y conocer el proceso de elaboración del vino. La verdad es que es muy interesante.
Antes de regresar a la casa rural, nos acercamos al Monasterio de Santa María de Valbuena, que me habían dicho que no podía faltar en mi viaje. La verdad es que es un rincón de paz y belleza que es muy recomendable. Al llegar a la casa rural, fue el momento de la ducha, un vaso de leche y a descansar, que el día había sido duro.
Domingo en Pesquera
El domingo arrancó con un desayuno casero en la casa rural donde estábamos albergados, con pan recién horneado y mermeladas artesanas. Con energías a tope, pusimos rumbo a Pesquera de Duero, un pueblo con encanto rodeado de viñedos infinitos. Allí visitamos la bodega Federico, una bodega familiar donde los propietarios son un encanto y donde nos explicaron su historia. La verdad es que ahora entiendo la calidad de esos caldos, todo su trabajo es pasión.
Después decidimos hacer una pequeña ruta senderista entre viñedos. Es una gozada el poder disfrutar del aire puro y de los colores del paisaje. El paseo nos llevó hasta un mirador natural desde donde se puede ver lo preciosa que es la Ribera del Duero.
Para la comida, aunque es cierto que cada vez nos entraba menos en el estómago, encontramos un mesón acogedor donde degustaron productos locales, como morcilla de Burgos y quesos curados. Esta vez ya no tomamos vino que era el momento de conducir y de volver a Madrid.
La verdad es que es un viaje de esos que se recuerdan. Ahora bien, las botellas de vino que nos llevamos para la capital son el mejor recuerdo.



