límites

La importancia de poner límites

Desde que tengo uso de razón, he tenido problemas para poner límites y decir que no. Para poner límites, para alzar la voz, no para gritar, sino simplemente para decir: “esto no me gusta” o “no estoy de acuerdo”. Y durante muchos años pensé que eso era parte de mi personalidad, que yo simplemente era “así. Que era buena persona porque aguantaba.

Pero, con el tiempo, entendí que no era bondad lo que me movía… sino miedo.

 

Cuando decir “sí” duele

Fui una niña que no quería molestar. Que hacía lo que se le pedía, que se adaptaba, aunque por dentro estuviera rota. Mi forma de sobrevivir fue complacer. A mis padres, a mis profesores, a mis amigas… a todo el mundo menos a mí. Y eso me dejó huella. A día de hoy, todavía me tiemblan las manos si tengo que decir algo incómodo. Me siento culpable cuando no cedo, aunque sepa que lo correcto es decir no.

Mis primeros recuerdos de no saber poner límites están en mi familia. En casa, el amor era condicionado, porque he sufrido un fuerte abuso emocional desde que tengo uso de razón. Te querían si te portabas bien. Si obedecías. Si no llorabas demasiado. Si no protestabas.

Aprendí muy pronto que callar era más seguro que hablar, que ceder era más fácil que resistir y que complacer me protegía del rechazo. Y ese patrón se repitió una y otra vez en mi vida.

 

El cuerpo también habla

Con el tiempo, ese silencio constante empezó a cobrarme factura. Mi cuerpo empezó a somatizar todo lo que yo no decía: ansiedad, insomnio, contracturas musculares, problemas digestivos… Me pasaba noches enteras dándole vueltas a situaciones que no había sabido gestionar: un comentario que me molestó y no supe responder, un favor que me pidieron y acepté con una sonrisa forzada, una reunión en la que me interrumpieron y me quedé callada…

Y, sobre todo, esa sensación constante de no poder respirar. Sentía que todo el mundo tenía derecho a opinar sobre mí, a pedirme cosas, a exigirme, y que yo no tenía derecho a decir basta.

Si lo hacía, me sentía egoísta.

 

Poner límites no es ser mala persona

Me costó muchos años entender algo que ahora me parece obvio: decir “no” no me convierte en una mala persona. Poner límites no es atacar a nadie, es cuidarme a mí. Es decir: “esto no lo puedo sostener”, “esto no me hace bien”, “esto no lo elijo”. Pero durante mucho tiempo confundí poner límites con ser conflictiva, con generar problemas, con decepcionar a los demás.

Ese miedo al rechazo me ha acompañado toda la vida y, en cada etapa, se ha manifestado de formas distintas: en el instituto, aguantando bromas que me dolían, por miedo a no encajar. En el trabajo, asumiendo tareas que no me correspondían, por miedo a parecer poco profesional. En las amistades, cediendo siempre, por miedo a que me dejaran de lado. Y con mi familia… ahí la herida es más profunda.

 

No saber decir que no

Otro gran tema en mi vida ha sido la dificultad para decir “no”. Ya lo he mencionado, pero necesito insistir en ello porque ha sido una fuente constante de sufrimiento. Me he pasado años haciendo cosas que no quería hacer, aceptando planes que me agotaban, ayudando a personas que luego no estaban cuando yo las necesitaba. Todo por no incomodar, por no decepcionar, por no sentirme mala.

Y lo peor es que me convencía de que era lo correcto. Que estaba siendo generosa, que estaba siendo fuerte. Pero no lo era, estaba siendo injusta conmigo misma. Me estaba abandonando y no me daba cuenta de que eso también tenía consecuencias: resentimiento, cansancio crónico, relaciones desiguales, sensación de vacío constante.

 

Pedí consejo profesional para aprender a poner límites, lo mejor que he hecho

Canvis, Centro de Psicología en Barcelona, me dijeron que conectar con lo que siento y necesito es el primer paso. Si no sé qué me molesta, no puedo poner límites, así que escucharme me ayudó a dejar de complacer por inercia y empezar a respetarme.

  • Conectar con lo que siento y necesito. Durante mucho tiempo estuve tan desconectada de mí que ni siquiera sabía qué me molestaba. Ahora, cuando algo me incomoda, me detengo. Me pregunto: ¿por qué me ha molestado esto? ¿Qué necesito realmente? Es un ejercicio constante.
  • Reconocer que tengo derecho a sentir. Esto me costó mucho. Me sentía culpable por enfadarme, por estar triste, por sentirme herida. Pero esas emociones son válidas. Son señales. No están para ignorarlas, sino para escucharlas.
  • Hablar claro y sin justificarme tanto. Antes daba mil rodeos para decir lo que quería, con miedo de sonar borde. Ahora intento ser directa, sin necesidad de justificar cada cosa. Digo: “prefiero no hacer esto”, “esto no me viene bien”, “esto no me hace sentir bien”. Y punto.
  • Decir no, incluso cuando me da miedo. Al principio me daba taquicardia. Literal. Pero lo hice. Empecé por cosas pequeñas: decir que no quería quedar un día. Que no podía hacer un favor. Y poco a poco fui ganando confianza. Es un músculo que se entrena.
  • Aceptar que no a todo el mundo le gustará. Esto fue duro. Hay personas que se alejaron. O que se molestaron. Pero descubrí que quien se enfada porque pongas límites, probablemente se beneficiaba de que no los pusieras. Y eso no es amor.
  • Sostener el límite. No sirve de nada decir “esto no lo haré más” y luego hacerlo. Aprendí a mantenerme firme, incluso si sentía incomodidad. Incluso si tenía miedo. Esa coherencia es fundamental.

 

Poner límites en todos los ámbitos

He aprendido a poner límites de verdad (no solo en mi cabeza) en todos los ámbitos: en lo personal, en lo profesional, en lo familiar… Y, aunque todavía me cuesta, ya no me abandono como antes. Ya no me callo todo, ya no aguanto todo… me escucho y me priorizo.

En el trabajo, aprendí a decir “esto no me corresponde” sin sentir culpa. Con mis amistades, aprendí a dejar relaciones que solo me agotaban. Con mi familia, aprendí a tomar distancia cuando era necesario, sin sentir que les debía nada.

Porque no debo amor a cambio de sufrimiento.

 

Los beneficios de poner límites

Desde que empecé a cuidar mis límites, he notado muchos cambios:

  • Me siento más tranquila. Ya no vivo con esa angustia constante.
  • Duermo mejor.
  • Mis relaciones son más sanas. Más equilibradas.
  • Ya no siento tanto resentimiento, porque no me obligo a hacer cosas que no quiero.
  • Me respeto más. Y eso se nota en todo lo que hago.

Poner límites ha sido, sin duda, un acto de amor propio.

 

El mito del “buenismo

Durante mucho tiempo creí que ser buena persona era estar siempre disponible. Decir que sí a todo, estar ahí para todos, aunque yo me deshiciera por dentro. Ahora sé que eso no es ser buena, es no tener límites. Ser buena no es permitirlo todo, no es abandonarte, no es aguantar lo que no deberías aguantar.

Decir “no” también es un acto de bondad, porque cuando te cuidas puedes cuidar desde un lugar sano. No desde el sacrificio, sino desde el respeto.

 

La cultura y la crianza también influyen

No puedo dejar de mencionar que crecer en una cultura donde especialmente las mujeres hemos sido educadas para agradar, influye muchísimo. A muchas nos han enseñado que debemos ser complacientes, amables, sumisas. Que lo correcto es ceder, que decir “no” es de egoístas. Y desaprender eso es un proceso largo y doloroso, pero posible.

También tiene mucho que ver la crianza. Si desde pequeñas no nos enseñan a reconocer nuestras emociones, si nos invalidan constantemente, si no nos respetan… es muy difícil que luego sepamos poner límites. Porque no aprendimos cómo, nos enseñaron que nuestro valor estaba en lo que hacíamos por los demás, no en quienes éramos.

 

Los límites en la infancia son la base de todo

Yo no tuve esa base. No me enseñaron a cuidarme, a decir que no, a identificar lo que me hacía daño. Yo aprendí todo lo contrario por los malos tratos psicológicos que sufrí desde muy niña.

Por eso, cuando me hice adulta, fui incapaz de protegerme. Pero hoy sé que puedo construir esa base desde donde estoy, que nunca es tarde, que no importa cuánto tiempo hayas vivido sin límites, siempre puedes empezar a ponerlos.

Y si tienes hijos, sobrinos, o trabajas con niños, te animo a que les enseñes desde pequeños que tienen derecho a decir “no”. A que sus emociones importan, a que merecen respeto.

Porque eso les dará una base emocional sólida para toda la vida.

 

Hoy sigo en proceso

No soy experta ni tengo todas las respuestas, pero sí tengo claro que poner límites me ha salvado la vida en más de una ocasión.

Me ha devuelto la dignidad, la tranquilidad y la conexión conmigo misma, y por eso lo comparto. Por si a alguien le sirve, por si tú también estás cansado de decir que sí cuando en realidad quieres gritar que no.

Porque mereces vivir con respeto. Y eso empieza por respetarte a ti mismo.

No te detengas aquí

Más para explorar

¿Tienes fe?

Yo no soy una persona religiosa pero reconozco que a veces me gustaría creer en algo, aunque no sé en

Avalon
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.